Mi amigo Pablo vino a plantearme una exótica situación, derivada de sus recorridas por el espinel.com.
Pablo: Estoy enamorado de una Sinécdoque.
Elle: What?
Pablo: Si. Una mujer que me deja ver sus partes, a través de las cuales la conozco y la siento, pero que no me deja tenerla del todo.
Elle: Siempre hay líos cuando empezamos con las partes…
Pablo: Ella es P., es C., es L., es F.,y es J. también (a veces).
P. tiene novio, C. es ácida, L. es inalcanzable, F. es putísima y J. recolecta ideas online..
Elle: ¡Y vos sos un tarado a cuadritos!
Pablo: No. Yo me crucé a la Quintísima Quintidad.
Elle: Ajá…Y la Quintísima esta, si fuera posible, ¿qué objeto persigue decís vos? Mirá que hay que estar al peppo, ¿eh?
Pablo: Que la adoren, supongo. O escribir Idiota Fidelis Traditio, un gran texto.
Elle: ¿Y vos la adorás? ¿Cuándo te volviste estúpido?
Pablo: No. Yo la quiero. Es decir, quiero a sus partes por separado.
Elle: Según las Sagradas Escrituras, eso sólo tiene una solución.
Pablo: ¿Cuál?
Elle: Que todas esas partes se enamoren de vos, así vuelve a ser Una. (Ver: “El Vizconde demediado”, Italo Calvino, Ed. Einaudi,1952. Trilogía “Nuestros Antepasados” Amén.)
Pablo: ¿Y si no existe en realidad?
Elle: Pues… que ponga tanto empeño en existir aunque no exista, de modo que termine existiendo, si quiere.
(cfr. “El Caballero inexistente”, Italo Calvino, Ed. Einaudi, 1959, Trilogía “Nuestros Antepasados”Amén)
Pablo: ¿Y si existe y sólo se está burlando de mí?
Elle: Esto merece una lectura:
(Cósimo hacía varios días que vivía sobre de los árboles –por negarse a comer un plato de torturados caracoles hecho por su hermana-, y había dicho que no bajaría jamás. Su padre fue a buscarlo.)
“El barón Arminio cabalgó hasta debajo del árbol. Era un atardecer rojo. Cósimo estaba entre las ramas desnudas. Se miraron a la cara. Era la primera vez, desde la comida de los caracoles, que se encontraban así, cara a cara. Habían pasado muchos días, las cosas habían cambiado, uno y otro sabían que ya no se trataba de caracoles, ni de la obediencia de los hijos o la autoridad de los padres; que todas las cosas lógicas y sensatas que podían decirse estarían fuera de lugar; con todo, algo tenían que decir.
—¡Da un hermoso espectáculo, usted! —comenzó el padre, amargamente—. ¡Y muy digno de un gentilhombre! —(Lo había tratado de usted, como acostumbraba en las reprensiones más graves, pero ahora ese hábito tuvo un sentido de alejamiento, de desapego.)
—Un gentilhombre, señor padre, lo es tanto estando en el suelo como estando en las copas de los árboles —respondió Cósimo, y enseguida añadió—: Si se comporta rectamente.
—Una buena sentencia —admitió gravemente el barón—, aunque, hace poco, estaba robando ciruelas a un arrendatario.
Era verdad. Lo había sorprendido. ¿Qué debía responder? Sonrió, pero sin altanería ni cinismo: con una sonrisa de timidez, y enrojeció.
También el padre sonrió, con una sonrisa triste, y quién sabe por qué también él enrojeció.
—Ahora se junta con los peores bastardos y pordioseros —dijo luego.
—No, señor padre, yo estoy por mi cuenta, y cada uno por la suya —dijo Cósimo, firme.
—Lo invito a bajar al suelo —dijo el barón, con voz calmosa, casi apagada— y a recobrar los deberes de su estado.
—No pienso obedecerle, señor padre —dijo Cósimo—, y me duele.
Estaban incómodos los dos, hastiados. Cada uno sabía lo que el otro iba a decir.
—Pero ¿y sus estudios? ¿Y sus devociones de cristiano? —dijo el padre—. ¿Piensa crecer como un salvaje de las Américas?
Cósimo calló. Eran pensamientos que todavía no se había planteado y no tenía ganas de plantearse. Luego dijo:
—¿Por estar unos metros más arriba cree que no me llegarán buenas enseñanzas?
También ésta era una respuesta hábil, pero era ya como una disminución del alcance de su gesto: signo de debilidad, pues.
Lo advirtió el padre y se volvió más apremiante:
—La rebelión no se mide por metros —dijo—.Incluso cuando parece de pocos palmos, un viaje puede quedar sin retorno.
Ahora mi hermano habría podido dar otra respuesta noble, tal vez una máxima latina, que ahora no me viene ninguna a la cabeza, pero entonces sabíamos muchas de memoria. En cambio, aburrido de estar allí con aquel aire solemne; sacó la lengua y gritó:
—¡Pero yo desde los árboles meo más lejos!—frase sin mucho sentido, pero que cortaba de golpe la discusión.(…)
El caballo del barón de Rondó dio un salto, el barón apretó las riendas y se envolvió en la capa, como para irse. Pero se volvió, sacó un brazo de la capa y señalando al cielo que se había cargado rápidamente de nubes negras, exclamó:
—¡Cuidado, hijo, hay Quien puede mear sobre todos nosotros! —y se alejó.
La lluvia, esperada desde hacía tiempo en el campo, empezó a caer con gruesas gotas.”
“El Barón rampante” Italo Calvino, Ed. Einaudi, 1957, Trilogía “Nuestros
Antepasados” (Amén.)
Elle: Da igual que sean árboles o messengers, my friend.
Pablo: Amén. Gracias amiga.
Y se fue. Un poco dividido, con el alma apenas adentro de la ropa, terco y altivo, como un príncipe. Es encantador, mi amigo Pablo.
lunes, 16 de marzo de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario