jueves, 12 de marzo de 2009

Purple Rain




Sin auto y siendo risible en esta ciudad pretender encontrar un taxi con menos de media hora de espera, pensando ilusamente que era una lloviznita pasajera (“), saqué la campera de lluvia, el casco y me largué a disfrutar los 5 kms. que hago todos los días para ir al trabajo.
A las 6 cuadras comenzó a llover furiosamente, por supuesto.


Aquí empieza una mutación que no describe ni el I Ching en toda su gloria: Unos pocos milímetros de agua convierten este barrio y la ciudad en el Pantano de los Everglades, o sea, en una enorme ciénaga de agua dulce, peligrosa y traicionera.


Pensé en volver, pero ya me había mojado tanto que era como rendirse como Bob Patiño después de haberse dejado pegar solamente. No.



Desoyendo la voz interior acerca de cables, ramas que caen, bocacalles que desbordan, y el monstruo del lago Ness, me lancé entre los autos como una hormiga enloquecida más, que si ellos estaban apurados, me too!




Cuando llueve, no se qué secreciones se activan, pero dejamos de respetar los semáforos, la derecha y la prohibición de estacionar en doble fila.
Así es que legiones naftípodos infringen hasta las más obvias y automáticas de las normas de tránsito.



Hablando de eso, observando que ríos bastante caudalosos tomaban posesión de las calles, me sentí autorizada internamente para circular por las veredas, esquivando canteros, baldosas apiladas, gente y escalones.
Varias veces quedé atrapada en algunas esquinas, hasta que la resignación a rodar con la moto arrastrada por la corriente me hacía acelerar y finalmente avanzar en el trayecto.

No sé que tal serán las calles de Tai Pei o de Tokio, pero los tarados asiáticos que diseñaron esta porquería no previeron que iba a corcovear y toser al poco de tiempo de sumergirse en los arroyitos de cada esquina. La moto es baja, con el agua se para y cuando está seco impacta indefectiblemente contra los badenes. La detesto la mayoría del tiempo. Si. A veces da más trabajo sacarse de encima ciertos objetos que soportarlos…

Lo más frágil de andar en moto, el punto vulnerable, una sensación más inquietante que la de caer -que los que andamos en moto solemos evitar con soltura-, es el frecuente suceso de sentir el agua helada, tibia o caliente (según la estación) mojarte los pies, aunque tengas tus zapatillas de correr y medias, botas, alpargatas o sandalias.





Excepto que modifiques tu aspecto exterior al punto de bancarte ir a trabajar con las botas amarillas del portero y te expongas a que -como hoy- al poco tiempo del diluvio salga el sol y a sentir tus piecitos dentro de las botas correr la suerte de una pata de pollo rostizada lentamente en el microondas. I am not ready, folks.


Finalmente llegué a destino. Saqué la toalla de la mochila, volví en mí y desarrollé mis actividades descalza como una japonesa, lástima que no había alfombras.
La gente? La gente nunca imaginó las húmedas aventuras que la heroína atravesó para cumplir con su tarea.


2 comentarios:

  1. Jaajjaja, alguna vez (Ponele que hace 5 años) me fui a comprar un par de cosas, entre a un local y hasta donde vi estaba depsejado, hacia calor, los pajaros gays cantaban, etc.
    15 minutos depsues diluvio, cuando sali del local, tipico, las calles era rios. Pero como soy muy valiente me camine unas 5 cuadras con el agua hasta las rodillas, el resto del camino no estaba inunado. so...

    Fue un dia divertido, supongo :P

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  2. Bienvenido, Zombie!, claro que fue un día divertido!Pocas veces podemos enfrentar (y vencer!) a la naturaleza, ja.
    Kisses

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