miércoles, 24 de marzo de 2010

Never more




Tenía coronita.
Era alto, simpático y solía llevar un gorro de marinero que era la envidia de los otros compañeros de clase.
El 25 de mayo Bruno, de primer grado, fue durante un ratito el abanderado, ante los murmullos risueños de la platea de padres y abuelos que fueron al acto.
Era mayo de 1977 y Bruno era hijo del militar que había donado la bandera nueva del colegio.
Si pocas veces vi a las monjas felices, ese fue uno de los momentos kodak.
Ese y cuando festejamos el mundial 78, que todo el colegio hacía rondas, “25 millones de argentinos jugaremos el mundial” sonaba en los patios y los más chiquitos corríamos por las escaleras sin que nadie se fijara demasiado.
Bruno se fue repentinamente a algún lugar de la patria donde trasladaron a su papá, pero los desfiles y la música militar continuaron en el colegio toda la primaria.

Yo iba a los actos por el pancho y la coca.
Como tenía pánico escénico y odiaba actuar, mi mamá me sobornaba con el pancho y la coca. Además de todo eso de que era obligatorio y la doble falta y no muchos argumentos más.
Quiero aclarar que en mi casa jamás comíamos panchos y para tomar siempre había jugo naranja. Gaseosa sólo en los cumpleaños y fuera de eso no veía una coca ni pintada.

Al parecer, mi familia pasó los años de la dictadura adentro de un cuaderno de Sarah Kay, considerando que tuvimos una empleada doméstica inflitrada para denunciar a unos vecinos del pasillo, a quien sin ningún disimulo pasó a buscar un patrullero una tarde una vez cumplida su misión.
Años después, al hacerse pública esta historia, mi madre parecía despertar de un sueño pesado.
Y papá, también en la nube, empezó a sospechar que algo andaba mal recién allá por la guerra de Malvinas.

Pero el tupperware siguió en el colegio.
Llegó la democracia y en las clases de historia mucho Rosas, unitarios y federales, nunca Perón ni el Che.
Evita había una sola y era pecado-originalista.
“El Nunca Más no es un libro para los jóvenes” dijo una monja y ahí fuimos y lo leímos a escondidas.

Más grande, sobre el horror aprendí de golpe. Leí los libros más diversos y vi las consecuencias del exterminio. Conocí mucha gente con una sombra de esos años. Gente marcada por el brazo siniestro que se llevó sus familiares y amigos.
Estuve en un centro de estudiantes integrado por 10 personas, de un total de 15.000.
(Del padrón de 15.000 estudiantes de la facultad, 10 tomaban las decisiones por todos!)

Hoy mismo, a esta hora, Clarín y La Nación online no aluden al día de la Memoria.
Dan vergüenza, no?

Hoy no trabajo.
Hoy quiero recordar.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Spontaneous Combustion


Hay un nuevo combustible espiritual, parece.
Ademas de “no te estreses”, “para ser feliz se necesita ser feliz” y meditación express (cambie los 20 minutos de estar zombie en la cama por repetir un mantra sentado a lo chinito –zombie- cuando recién se levanta) el combustible espiritual consiste en desechar el ego, bajo la presunción de que “El ego” es el peor enemigo que un ser humano puede llegar a tener.
Solapados por el momento la gripe A y el dengue, el enemigo vive dentro nuestro desde que tenemos conciencia.


Say more:
Hay que diferenciar entre “el Ego” y “la Autoestima”.
El ego es malo y la autoestima buena.
Habría que ver de qué instancia del aparato psíquico proviene la autoestima en este caso.
Ah, este modelo no supone la integración de ningún aparato psíquico, cierto.
Del alma? Del hipotálamo? De los glomérulos de Malpighi?
Yo conozco gente que mide la autoestima por los sms que recibe. Y otra accede a ella por la lista de ex parejas, who knows…

Según el autor, darle el comando al ego, equivale a vivir bajo la tiranía y el dominio de… un niño de cuatro años!
No conocemos sus hipótesis de investigación, pero el autor ha descubierto que los niños de cuatro años son peligrosos.
Me puse a pensar cómo sería el mundo si desoyéramos estas sabias afirmaciones y diéramos rienda suelta a nuestros salvajes “egos”.

Yo sería feliz pintando libritos de Barbie a troche y moche.
Si otro ego se aproximara para proponerme ser su novia, le diría sin dudar demasiado:
“- Mi papá no me deja, Felipe.” Y seguiríamos jugando en la placita.
Nada de corazones rotos!

No sabría leer ni escribir, lo cual me ahorraría un sinnúmero de disgustos al no poder leer los diarios y mi compulsión consumista se vería acotada a las vitrinas del kiosco y a los juguetes de Mc Donalds.
Jamás iría a terapia, ya que la frase “Donde el Super Yo era, el Yo debe advenir” no puede ser más que iatrogénica y malintencionada.

No tendría celu ni obligaciones laborales, y dar la vuelta manzana en bici sería una buena aventura cada día.

¿No es tentador?

Me quedó una gran pregunta sin resolver después de hojear el libro.

La noción de Dios en esta cultura implica que es omnisciente y omnipresente.
Digo yo, (aguante el ego!) si Dios sabe todo y está en todas partes, ¿ por qué el autor decide darle gracias por escrito en el primer párrafo de su libro? No sabe acaso Dios cuán agradecido está Ari Paluch?

Y, la continuación del enigma: ¿ Por qué si alguien hace un pastiche de creencias sobre reencarnación, evolución, meditación, “espiritualidad” , “luz” (*1) y toda una serie de certezas (*2) sospechosamente simplistas, unidireccionales, poco resistentes a análisis formales de egos mucho mayores de 4 años, es un best seller de cabotaje?

¿Tan mal estamos?


Para terminar, las palabras de Francisco (4) al conocer un Tatú mulita:
“- ¿Y dónde están los tatuajes, tía?”






1- No hablamos de física sino de un manto de algo que se lanza sobre cualquiera que critique y que por lo tanto es del bando de los malos.
2- Item principal junto a las alucinaciones auditivas para arribar a famoso diagnóstico.